Editorial

La importancia de los alcaldes y gobernadores

En un país centralista como Colombia, las elecciones son un momento oportuno para revalidar la importancia de los mandatarios locales quienes han perdido protagonismo

Editorial

Un alcalde o un gobernador no puede pasarse gran parte de sus cuatro años de gestión “haciendo vueltas en Bogotá”, como tampoco debe escudar sus ineficiencias en la estructura centralista de los recursos públicos para hacer obras o administrar mejor sus municipios o departamentos.

Nuestros 32 gobernadores y 1.122 alcaldes están amarrados de la administración central para mostrar buenos resultados; fruto de casi tres décadas de debilitamiento de la descentralización promulgada por la Constitución de 1991. Es increíble que en lugar de haber evolucionado hacia una mayor responsabilidad fiscal y una administración local y regional menos dependiente de Bogotá, las cosas vayan de mal en peor y todos los funcionarios elegidos por voto popular escuden sus malos resultados en la burocracia capitalina; una realidad cierta que se demuestra en las procesiones de alcaldes y gobernadores que deben acudir al Departamento Nacional de Planeación o al Ministerio de Hacienda a procurar mejores presupuestos o mayores regalías.

El problema es que esta perniciosa dependencia se ha enquistado en el sistema y los mismos electores ven esa situación -casi de ruego regional frente al poder nacional- como algo normal. Los funcionarios de primer orden de todas las alcaldías y gobernaciones tienen que viajar permanentemente a la capital a solucionar problemas cotidianos, un hábito secundado por los congresistas de sus regiones quienes les acolitan esta práctica y hacen lobby ante el Ejecutivo, tarea que a su vez les hace ganar relevancia electorera.

Es una suerte de círculo vicioso que debe llevar a pensar sobre reformas que refuercen la descentralización presupuestal, recibo de más regalías en función de los resultados de ejecución de inversiones sociales y a crear indicadores de cero dependencia del gobierno central para resolver cosas cotidianas.

Tampoco puede seguir siendo normal que los ministros y altos cargos del Estado tengan que viajar a las regiones (o territorios, como los llaman los funcionarios) para solucionar en pocas horas situaciones que son tarea de los mandatarios. La ineficiencia de los alcaldes y gobernadores es muy rentable para el aparato central, al tiempo que es la excusa más usada por estos para tapar sus malas gestiones.

Mañana se eligen los verdaderos líderes regionales que llevarán las riendas de 32 departamentos y 1.122 municipios para el periodo 2020 y 2024, mandatarios que son fundamentales para sacar a más colombianos de la pobreza, pero con políticas locales, regionalizadas, con responsabilidades individuales, evitando la dependencia del gobierno central. Hay que romper el ciclo vicioso de la mediocridad del Estado central, las gobernaciones y las alcaldías; debe haber más responsabilidades en un nuevo marco de ejecuciones. Un ejercicio básico para entender la ruptura del esquema de dependencia es pensar en que los pueblos y departamentos fueran autónomos y tuvieran que conseguir los recursos que necesitan, una situación que los llevaría a desarrollar mejores administraciones, y sobre todo, a valorar cada peso que los contribuyentes pagan para que sus pueblos y departamentos funcionen.

El voto de mañana es un derecho para repensar en cómo enfrentaremos una nueva década.

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