Editorial

La OEA no puede ser desaparecida

la cumbre de las américas debe servir para que los estados miembros reflexionen sobre el futuro de este organismo.

¿Por qué no hablar en la Cumbre de las Américas sobre desencanto regional con la OEA? Quizás porque a nadie le importa lo suficiente el tema. "La OEA será lo que sus miembros quieran que sea", era la frase que usaba Alberto Lleras Camargo para mostrar cómo el enfoque de ese organismo no tenía otro norte que el del interés de sus asociados. Hoy la misma observación sirve para recordar que buena parte del drama de esta organización, que se ha vuelto un símbolo deslucido de la acción política regional, está en que a los 34 países no les interesa su suerte. La OEA no es más porque nadie realmente quiere que lo sea.

El desinterés se transluce en problemas concretos. Desde hace años no se aumentan las cuotas de sostenimiento. Por eso se presentan casos tan absurdos como que a finales de 2011 los empleados de planta le pidieran al Secretario General hipotecar la sede de Washington para pagar la nómina que les adeudaban. O que en la mayoría de las oficinas de países solo hay un par de funcionarios encargados de mover las 45 áreas de programas en las que trabaja la organización. Los países no quieren ver a la OEA en los temas gruesos del Continente porque no creen en su eficiencia.

Pero donde está la raíz del desencanto. Parcialmente en la enorme dispersión de la entidad. Cualquier canciller puede presentar propuestas en la asamblea y, de nuevo, el desinterés de los demás miembros permite que se aprueben sin mayor discusión. Por eso hoy la OEA tiene 1.800 mandatos de su asamblea que debe cumplir. Está vinculada a temas de turismo, para los cuales no tiene recursos suficientes; de discapacitados, que serían mejor tratados en la Organización Panamericana de la Salud y de Desarrollo, que parecen más propios del BID.

Naturalmente esa profusión de tareas distrae a la organización de sus trabajos principales. Una prueba de ello esta en que dos de sus mejores programas, el de observadores electorales y el de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no están financiados por el Fondo Regular, que se alimenta de las cuotas de los miembros, sino por Fondos Específicos, es decir, de aportes de donantes. Los programas no están en el presupuesto de la entidad y por eso están expuestos a que desaparezcan o se debiliten si la cooperación se reduce, como ya ocurrió con la crisis económica reciente.

Desde octubre, el peruano Hugo de Zela, se dio a la tarea de concentrar los esfuerzos y el presupuesto de la OEA en unos pocos temas centrales: democracia, derechos humanos, seguridad y desarrollo. Está revisando por fin, cada uno de los 1.800 mandatos para saber cuáles debería atender la Organización y cuáles se deberían financiar con dineros de donantes o francamente desaparecer.