Editorial

La peligrosa fiebre de los falsos doctores

La opinión pública se sacude cada semana por escándalos de falsos doctores que mienten en sus hojas de vida para acceder a cargos públicos

Editorial

Una de las cosas más chocantes para los extranjeros cuando entran en contacto con la idiosincrasia colombiana, especialmente en la esfera pública, es que a cualquier persona la llaman “doctor o doctora”, por un simple gesto cultural que quiere expresar respeto o deferencia. Y esa suerte de rasgo cultural empieza a tener serios problemas éticos, pues muchas de las personas que tratan de “doctores”, sin serlo, se creen el cuento y lo ponen en sus hojas de vida para escalar posiciones en el sector público, en la esfera académica y subir de cargo en cargo en el mundo empresarial. Lo cierto es que solo se debe llamar exclusivamente doctor a los médicos y a los profesionales que tienen el título académico de doctor o PhD, si lo ha obtenido en las universidades de cultura inglesa. Hace pocos meses, Colciencias aclaró que en Colombia se gradúan 6,6 doctores por cada millón de habitantes, mucho menos que en Estados Unidos, en donde se gradúan 200 doctores por cada millón de personas. Cifras no actualizadas del Ministerio de Educación hablan de que cada año se gradúan alrededor de 400 doctores, 8,2 personas por cada millón de habitantes, cifra que es muy es inferior para responder a las necesidades de desarrollo científico e intelectual que tiene el país. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos en Estados Unidos en las últimas dos décadas se han graduado 67.449 personas, mientras que en Alemania 28.147, países en donde las universidades son altamente calificadas y enfocadas a la investigación científica. Lo curioso es que Colombia, siendo un país pobre en investigación científica y académica, el término doctor sea manoseado permanentemente por una cultura que no sabe con certeza qué es y qué hace un doctor.

Además de la escasez de verdaderos doctores, el problema de fondo en Colombia es que no hay muchos incentivos para desarrollar una larga carrera académica para obtener un doctorado. Vale la pena recordar que se llega a doctor, luego de haber terminado como mínimo un pregrado, un posgrado, una maestría, haber desarrollado una investigación científica de algún tema inédito y novedoso, haber sustentado su trabajo académico ante un jurado de doctores y recibido el título que lo acredite como verdadero doctor. El solo hecho de estar matriculado en una universidad en un doctorado, no hace doctor al estudiante en ciernes, solo cuando ha sido aprobada la investigación será “doctorando” y pasarán algunos años para recibir el diploma de la universidad que lo acredite como un verdadero doctor.

A varios candidatos a la Presidencia de la República, a un alcalde mayor y a docenas de funcionarios de segundo nivel, se les ha comprobado que no son doctores, ni siquiera han estado matriculados en este nivel de estudios y que han posado de serlo poniendo sin escrúpulos en sus hojas de vida que son doctores. Esas faltas éticas no son sancionadas por la ley y pasan al olvido sin consecuencias en sus trabajos, es más, son premiados por el Estado colombiano en altos cargos. Un funcionario que miente en su hoja de vida no debería tomar posesión de un cargo en ningún sector, pues ese halo de engaño marca su gestión y la administración de dineros públicos. Es el momento de que el Ministerio de Educación tome posiciones firmes en torno a este tema tan delicado.

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