Editorial

La popularidad es para gastarla en reformas

<p>Oir a los ministros preocuparse por el ruido que generan sus acciones, hacen pensar que no hay compromiso de cambio.</p>

La historia política reciente nos enseña que los gobernantes adoran ser populares y cabalgar en las encuestas para legitimar y extender en el tiempo sus burocracias que actúan como gasolina electoral, pero nunca asumen la favorabilidad ni su buena calificación en la gestión pública, como factores determinantes para llevar a cabo los cambios que necesita el país político y económico. Escuchar a los ministros reelegidos o los que estrenan cargos genera verdaderas preocupaciones por sus motivaciones subyacentes en el ejercicio público. Es frecuente oírlos decir: “eso genera mucho ruido” o “por ahora no es el momento de pensar en esto o aquello”, frases tímidas en un país que necesita de cambios estructurales y que por segunda vez en las últimas décadas le apostó a la reelección de un Presidente para que continuara con sus políticas públicas.

Ningún otro gobernante desde hace dos décadas ha tenido más popularidad que el expresidente Álvaro Uribe Vélez, hoy senador de la República. Y ningún otro Presidente ha tenido más respaldo mediático y empresarial que Juan Manuel Santos, a quien también lo han acompañado los resultados económicos, pero a ambos les ha costado gastarse la popularidad en verdaderas reformas que pongan al país en otro nivel de desarrollo. A los dos los ha unido el cordón umbilical de mantenerse vigentes a través del tiempo y dejar que las reformas estructurales se vayan postergando periodo tras periodo. Y es esa línea de comportamiento la que se le siente a varios de los ministros de la actual administración. El Ministerio del Interior habla frecuentemente del ruido que generan las reformas cuando trata el tema del equilibrio de poderes y el Ministerio de Hacienda ve cómo la idea de vender Isagen o estructurar una reforma tributaria se le pierde entre sus buenas intenciones.

Son muchas las cuestiones que se pueden hacer en estos momentos de propuestas de cambios cosméticos más que estructurales. ¿De qué valen los resultados en las encuestas de popularidad o las buenas calificaciones como ministros si no hacen bien su papel en el servicio público? ¿Por qué los ministerios no abanderan reformas profundas en lo político y económico para poder avanzar en lo social? ¿Hasta cuándo el país debe esperar que haya una reforma tributaria estructural y una reforma al sistema político y de justicia? Lo cierto es que es ahora o nunca. Pero como van las cosas veremos que pasarán los ocho años de Santos, tal como pasaron los ocho años de Uribe, sin que el país vea avances serios en las reformas que necesita.

Rápidamente caminamos hacia los 100 primeros días de la administración actual, como si con la reelección no nos hubiéramos ahorrado el tiempo de empalme. De momento, vamos a paso muy lento.