Editorial

La popularidad es para gastársela

No podemos caer en la moda de que los mandatarios trabajen más para sus popularidades que para sus políticas públicas

No podemos caer en la moda de que los mandatarios trabajen más para sus popularidades que para sus políticas públicas
La historia de Colombia nos ha demostrado que de nada vale un mandatario local, regional o nacional con alta popularidad si su gestión pública es deficiente. Este cuadro lo vivimos durante la pasada administración nacional que cabalgó en la mieles de altas popularidades o favorabilidades en la opinión pública, pero poco se avanzó en la implementación y ejecución de políticas públicas que necesitaban ‘darse el lapo’ con los empresarios o con los políticos. A qué nos referimos: a cambiar el régimen pensional, a establecer una reforma tributaria estructural, a renovar los ministros gastados e inoperantes, a reestructurar instituciones anquilosadas como las corporaciones autónomas regionales, y hasta liderar el rediseño del mapa político del país que ya no representa la Colombia económica de hoy. Todos esos deberes por realizar solo los puede sacar adelante un Presidente de la República que sea popular y que no tema perder puntos en los medios de comunicación o que simplemente sea consciente de que la popularidad es para gastársela en bien del país.
Miremos el caso de Perú en tiempos de Alejandro Toledo. Un presidente que nunca pasó del 30% de favorabilidad y que su popularidad siempre estuvo a la baja, pero durante su periodo al frente de la administración ejecutiva peruana logró que el país vecino redujera los niveles de pobreza, sentara las bases de la cultura culinaria inca hoy conocida en todo el mundo, que el país completo le apostara al turismo, y toda una suerte de acciones que lograron un aumento del ingreso per cápita sin precedentes y que el desempleo se asentara en un dígito. Las cifras macroeconómicas se le dieron, pero hoy nadie desconoce que el Perú limpiado por el polémico Fujimori, solo lo fundamentó Toledo y que en nuestros días Humala están cosechando los frutos de esas políticas. Fujimori siempre fue popular y terminó preso, mientras que Toledo dejó bien parado a Perú, pero fue castigado con el voto en contra cuando aspiró nuevamente a la presidencia.
Colombia no puede caer en una moda que puede volverse tendencia y es que los mandatarios locales quieren ser presidentes, y los presidentes quieren a toda costa la reelección, una suerte de puertas giratorias o carruseles políticos que perjudican y condenan al atraso a los departamentos, ciudades y municipios, y obviamente al país. Debe ser un mantra: “la popularidad es para gastársela en bien de las políticas públicas mejor intencionadas”. De nada vale un alcalde, gobernador o presidente navegando en altos índices de favorabilidad en la opinión pública si sus ejecuciones brillan por su ausencia. Nuestra historia está plagada de políticos con excelentes relaciones con la prensa y los círculos de poder, pero con escasas realizaciones en el bien de las comunidades.