Editorial

Las disputas entre vecinos son tiempo perdido

<p>Las diferencias en la frontera no son de ahora y siempre políticos de aquí y de allá han pretendido manipular la situación</p>

Quien crea que la solución a las crónicas disputas entre colombianos y venezolanos en una frontera de 2.219 kilómetros es por vía militar está más que equivocado. Son culturas indivisibles, complementarias, no competitivas que han estado unidas como siameses geográficos desde hace mucho tiempo, pero que gobernantes de aquí y de allá se han encargado de minar las relaciones para sacar dividendos políticos. Lo mismo que hace el ex presidente Álvaro Uribe Vélez con un megáfono en la zona empobrecida, es lo que hace el presidente Nicolás Maduro agitando mítines de respaldo y echando a las patadas a nacionales que llevan mucho tiempo allí o que son nómadas fronterizos que se ganan informalmente su sustento.

Incendiar la frontera ha sido una práctica ancestral desde que los españoles querían separar la llamada Capitanía General de Venezuela y el Virreinato de la Nueva Granada. Los interesados en obtener mayores dividendos económicos se han opuesto a cualquier tipo de complementariedad y tratan de morder siempre un pedazo mayor de ganancias. Las disputas entre dos vecinos son tiempos perdido máxime en una situación binacional en que ambos jugadores no pueden zanjar la disputa alejándose o pasándose a otro barrio. Colombia y Venezuela están condenados a compartir una frontera de 2.219 kilómetros muy porosos llenos de problemas profundizados por las asimetrías económicos de los dos países que han cambiado a lo largo del tiempo.

Hubo una época en que el sueño americano de los colombianos más necesitados era irse a trabajar a Venezuela cuando el vecino país nadaba en dólares producto de su boom petrolero de los años 70 y 80, pero las cosas cambiaron cuando la ‘enfermedad holandesa’ se apoderó de su economía hasta nuestros días e hizo (entre otros factores sociales) que emergiera el chavismo que metió al país en una espiral de corrupción basada en los subsidios estatales que los está llevando inexorablemente a una cesación de pagos en el corto plazo. Ahora hay muchos venezolanos en Bogotá, Medellín y Barranquilla escampando el temporal políticos y económico de su país, están haciendo vida en Colombia y desarrollando proyectos empresariales y eso perdurará toda la vida, las cosas se cambiaron de manera irreversible haciendo que la frontera está más viva que nunca en tiempos de libre mercado.

Cerrar la frontera colombo-venezolana es un exabrupto, es algo antinatural que no nos lleva a nada. Es la frontera más larga y más dinámica de los dos países y allí se lleva a cabo un intercambio comercial gigante del que vive los departamentos fronterizos de los dos países. Colombia y Venezuela no tienen un camino distinto a solucionar de manera civilizada sus diferencias y procurar no intervenir en los asuntos internos de cada uno.