Editorial

¿Los congresistas son todos malos y corruptos?

Se avecina la última legislatura, al mismo tiempo que las elecciones al Congreso de marzo, es un momento clave para estudiar un voto que siempre pasa desapercibido y es clave

LR

El próximo martes 20 de julio comienza la última legislatura de un Congreso de la República elegido en 2018 y que ha tenido -hasta ahora- un flojo desempeño o, por lo menos, opacado por la pandemia, los bloqueos y la crisis económica derivada de empatar ambas situaciones.

Al pretender hacer un balance muy superficial sobre la actividad legislativa de los últimos tres años, se observa en los distintos termómetros que miden la opinión pública, que el Senado y la Cámara de Representantes gozan de muy baja aceptación por parte de los colombianos, es más, no hay respeto ni consideración por esas figuras.

Según el estudio bimensual que realiza Invamer desde los años 90, siempre la desfavorabilidad supera la favorabilidad de los congresistas y si acudimos a los pocos seguimientos técnicos y científicos que hacen las universidades de la actividad legislativa, es evidente que es una de las instituciones con peor imagen. La última foto que hace Invamer de la imagen del Congreso es elocuente. En su último reporte de junio, 87 de cada 100 colombianos tienen una mala imagen del Congreso (del poder legislativo), mientras que para solo 7 es favorable.

Si se mira hacia atrás, casi siempre ha sido así, excepto en breve instante a comienzo de este siglo, cuando la favorabilidad fue levemente superior a la desfavorabilidad. La verdadera noticia es que el actual 87% en la desfavorabilidad es la calificación más alta de la historia, justo en un momento de cierre de una legislatura extraña en donde los otrora llamados “padres de la Patria” han brillado por su ausencia en los temas que fragmentan al país. Poco se les vio durante la pandemia, la recesión, las vacunas y mucho menos durante los bloqueos y el vandalismo, que enviaron las cifras económicas al fondo y llevó a más de 21 millones de colombianos a la pobreza, siete de los cuales viven con menos de un dólar diario.

El problema real es que a los colombianos -llámense electores para el caso- parece no importarles el Congreso, que se lleva una buena parte del presupuesto de funcionamiento y que discute en sus pasillos el Presupuesto General de la Nación. Quienes defienden a uno de los poderes del Estado -el legislativo- argumentan que en la Cámara y el Senado está representada Colombia entera y sus regiones, con sus más y sus menos; con sus populistas y sus ortodoxos; con confesionales y liberales; con honrados y delincuentes.

Pueden tener razón, pero es una sustentación cínica y derrotista porque el país social debe enfáticamente mejorar su representación política para hacer las reformas estructurales que se necesitan, reducir la precariedad, la pobreza y alcanzar algún nivel de prosperidad y bienestar. No hay que hacer constituyentes, cabildos o asambleas, en el Congreso está la solución a los problemas, no hay que castigarlos a todos, hay muy buenos senadores y representantes sin importar sus ideas de derecha, izquierda o centro. Ahora que se avecinan las elecciones y comienza una nueva legislatura crucial para estabilizar el país político y económico, se debe ir viendo quién es quién en las distintas comisiones para premiarlos con el voto.

El Congreso es muy necesario en una democracia, como los son los concejos y las asambleas, pero hay que filtrar con el voto los individuos que integran esas corporaciones para que el país pueda ser construido desde las leyes, las regiones y las ideas de bienestar.

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