Editorial

Más allá de la mera ortodoxia monetaria

<p>El papel del Emisor es más que fundamental, por eso es clave la elección del nuevo gerente &nbsp;para que se ajuste a las necesidades actuales</p><p>&nbsp;</p>

Para la gente de a pie, la elección de un nuevo gerente del Banco de la República es un tema esotérico que poco o nada importa porque considera que tiene que ver con los enredos de quienes hablan del tema y que están en una dimensión ajena la vida real. En el Gobierno se mide la dimensión del asunto en términos políticos porque se tiene la idea que desde el banco emisor se puede “ayudar” en el manejo de la política económica que corresponde al Ejecutivo. Para evitar esta influencia, no siempre prohibida, la Constitución del 91 acertadamente buscó que los cambios en los nombres de los directores del Banco no se ajusten a los vaivenes burocráticos de inicio de un mandato presidencial. Un claro mensaje de la independencia de la política de estabilidad y preservación del poder adquisitivo de la moneda frente a la ruta u objetivos del gobierno de turno. En ese cuidado de los constituyentes de la época, el ministro de Hacienda es un miembro más en la directiva del Emisor, sin capacidad de veto en las decisiones mayoritarias de sus integrantes. Es más, posteriormente se estableció que las minutas de las reuniones de la Junta Directiva se hicieran públicas en un acto de transparencia.

El Banco de la República ha sido una de las instituciones mejor diseñadas y cuidadas en los 25 años de vigencia de la última Carta, pese a algunos intentos que no han prosperado por modificar su estructura para permitir que desde otras instancias del Estado, como el Legislativo, tengan una mayor injerencia. Adicionalmente, sus gerentes y directores han cumplido su trabajo con una gran transparencia y sentido de responsabilidad hacia el encargo constitucional. Plantear que uno de los retos centrales del nuevo gerente que entrará a ocupar el cargo desde febrero de 2017 será mantener la credibilidad que tiene el Emisor, tanto entre los colombianos como en la comunidad internacional, es obvio y demasiado simple, en el entendido que el organismo ha logrado generar sus propios mecanismos de control para evitar interferencias y lo importante está en lograr acertar en el cumplimiento de sus objetivos para maximizar el bienestar.

Las reflexiones van más allá. El manejo de los asuntos económicos ha sufrido importantes cambios desde los años 90 y en particular la macroeconomía ha flexibilizado la orientación teórica fundamentada en modelos matemáticos y abierto espacio a interpretaciones menos ortodoxas, que el mismo FMI, ha aceptado y promovido, comenzando porque las políticas expansivas no deben ser el sostén exclusivo, sino que se requiere mirar variables más estructurales como los estímulos a la innovación y a la inversión privada, así como los incentivos fiscales cuando se dispongan de ellos.

Lo anterior significa que una mayor coordinación con el Gobierno aparece como un nuevo foco de atención que debe impulsar el nuevo gerente del Emisor en concordancia con la corriente moderna, asunto fundamental para alcanzar esos mayores niveles de crecimiento, desarrollo e igualdad que ya no resultan como asuntos extraños al ortodoxo manejo monetario y cambiario y que llevaron a hablar de la “intocable urna de cristal” alejada de la realidad de la vida.