Editorial

Nicaragua, otro socialista que se arruina

El resultado de los países socialistas del siglo XXI es que el modelo económico no funciona, solo mirar lo sucedido en Venezuela y ahora en Nicaragua

Editorial

La última bonanza de los precios de petróleo en la región no solo trajo mucha corrupción y saqueo de las arcas públicas de varios países, sino una propuesta de modelo económico conocida como “Socialismo del Siglo XXI”, una postura geopolítica que se embriagó con ayudas económicas provenientes del crudo a Venezuela, Nicaragua, Argentina y Bolivia; países que con los petrodólares del fallecido Hugo Chávez y el catecismo ideológico de Fidel Castro, pretendieron cambiar el rumbo histórico de América Latina. Incluso otros países como Brasil en los tiempos de Lula da Silva; Perú de Ollanta Humala y Ecuador de Rafael Correa, intentaron seguir esos pasos, pero se pasaron al lado oscuro de la corrupción y la profundización del populismo. Por ese entonces, los casi US$100.000 millones que le llegaban a Venezuela por exportaciones de barriles de combustible se fueron casi todos en subsidios locales y en ayudas a todos esos países que militaban con esas posturas políticas; hubo petróleo venezolano para regalar a dos manos a países como Cuba, Nicaragua y otras pequeñas islas en el Caribe, con lo que se compró los votos en los organismos multilaterales. La región asistió de manera bullosa a una parranda petrolera a la cual fuimos invitados una y otra vez, pero que se evitó por la postura institucional del expresidente Álvaro Uribe que no cayó en esa tentación populista y mantuvo a Colombia lejos de esos aires de revolución bolivariana que soplaron entre 2002 y 2014, justo cuando los precios del petróleo cayeron y se desbarató el castillo de naipes; no solo porque los recursos se hicieron más escasos sino porque los líderes se fueron corrompiendo con sus ideas y terminaron en el triste sainete que hoy le presentan al mundo, Nicolás Maduro en Venezuela; Evo Morales en Bolivia y Daniel Ortega en Nicaragua. Los tres presidentes de empobrecidos países se volvieron dictadores haciéndose reelegir una y otra vez, cambiando la constitución a su amaño y masacrando a sus pobladores, no solo con sus militares de bolsillo sino con grupos paramilitares a su servicio.

Ahora desde hace 100 días la catástrofe se cierne sobre Nicaragua, donde el conflicto sociopolítico con raíces en la mala gestión del presidente Daniel Ortega, empieza a generar el mismo éxodo de Venezuela, situación que quiere parar con fusiles; más de 448 personas han muerto, 2.800 han resultado heridas y 595 están desaparecidas desde que el pasado 18 de abril comenzaron las protestas antigubernamentales; todo ante el silencio de las organizaciones regionales. Nicaragua no será la excepción en la que un presidente ambicioso, populista y cero institucional se aferre al poder sin importarle lo que le suceda a la economía del país y su gente. La Nicaragua de Ortega nada tiene que envidiarle a la de Zimbabue de Robert Mugabe; personajes en los que las coincidencias históricas son enormes y que refuerzan las tesis del texto de Acemuglu y Robinson de por qué fracasan los países: los otrora líderes independentistas que se erigen ellos mismos como constitución y ley, destruyen las instituciones y se aferran al poder sin importarles lo que suceda en el mundo. No es sino comparar a Costa Rica con Nicaragua o a Colombia con Venezuela; paralelos que son inevitables mirar para comprobar que las diferencias entre Nogales, Estados Unidos, y Nogales, México, no es más que el respeto por la institucionalidad.

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