Editorial

¡No es el fútbol, son los jóvenes sin futuro!

Solo una fina capa separa a los jóvenes desaforados de los paros campesinos y el fenómeno de los hinchas violentos

¿Qué tienen en común los jóvenes que se pelean sin parar dentro y fuera de los estadios, con los actos de vandalismo detrás de las últimas protestas de campesinos? Que los principales actores son muchachos de clase media con muchas incertidumbres sobre su futuro profesional y económico, cargados de una alta dosis de indignación contra los líderes sociales, económicos y políticos que manejan al país desde hace muchas décadas.
El asunto de la violencia del fútbol se ha abordado desde hipótesis muy desafortunadas, que van desde achacarle la responsabilidad última a los medios de comunicación, a los jugadores, al deporte en sí, y llegan hasta a responsabilizar de actos salvajes a los colores de una camiseta. Hipótesis de esa naturaleza no resisten investigación científica e incluso algunas solo generan risa. Pero cuando vemos que muchos de esos jóvenes inmersos en los actos de violencia dentro y fuera de los estadios, son casi los mismos (hablamos en sentido figurado) que protestan en pro de los campesinos y salen a las plazas con pasamontañas, capuchas y aerosoles en mano para dejar una agresiva huella de su inconformismo, las cosas cambian.
El país político, económico y social debe ser consciente de que hay un generación que se siente frustrada, no interpretada, con un futuro endosado a unos dirigentes que no mutan ni de apellidos. Hay empresas que sí han entendido lo que les está pasando a los jóvenes de esta generación, muchachos entre los 13 y 27 años que no tienen claro qué país se les va a heredar. Hay firmas con una alta dosis de responsabilidad social que los contratan en empleos de medio tiempo formales, o los recogen al final de sus profesiones para darles su primer empleo. No cabe la lista, pero sí hay empresas y empresarios que entienden lo que está pasando y tienen ideas de cómo combatir esta situación.
No hay que ir hasta España para ver que aquí también hay millones de ‘ninis’: jóvenes que ni estudian ni trabajan y que necesitan trabajo formal, ocio, entretenimiento y sobre todo educación; pero no en una universidad de garaje que les roba los escasos recursos de sus padres y la ilusión de ser profesional. Ya se ha oído mucho que ‘no hay que vender el sofá’, queriendo decir que no podemos equivocar los responsables. Hay mucha razón en esa sentencia; lo que debemos hacer es un pacto tripartido entre empresarios, universidades y Gobierno Nacional para encontrarle solución a los problemas de los jóvenes. No se trata de montar una alta consejería para los problemas juveniles ni darle más presupuesto al Icbf, se trata de trazar una hoja de ruta para formar a esos que manejarán el país en unos años.
Esos brotes de violencia salvaje en manos de los jóvenes es solo un indicio de que algo grave está pasando en una sociedad que pocas oportunidades brinda.