Editorial

No solo es sembrar árboles, es hacerlos crecer

Colombia debe comprometerse con reforestar amplias áreas en selvas y páramos, una apuesta a largo plazo, no sólo se trata de la simple siembra, es acompañar su crecimiento

LR

Sembrar un árbol, más que un gran gesto ambiental, es una apuesta por el futuro de un planeta más sano, pero si el árbol no crece, será una frustración.

La ganadería, la agricultura, la minería, la construcción y los planes de ordenamiento territorial mal hechos en todos los municipios colombianos, están acabando con las selvas, los páramos y los bosques; es un hecho real que se vive en cada ciudad, pueblo, vereda o corregimiento, sin que las corporaciones autónomas regionales, las secretarías de desarrollo o planeación, y mucho menos el Ministerio del Ambiente, hagan presencia en territorio y cumplan con su papel constitucional de velar por la protección de la flora, fauna, ríos, pantanos, humedales, lagunas, embalses, mares y playas.

En pocas palabras, el medio ambiente en Colombia está al garete y no tiene muchos dolientes porque no se hace un trabajo de campo serio, con autoridad y seguimiento permanente.

La frontera agrícola y urbana sigue creciendo sin control ante los ojos ciegos o tuertos de las autoridades locales y regionales, quienes en muchas ocasiones son sobornadas o presionadas para quitar o no imponer las sanciones a los malos emprendendores del campo o los constructores inescrupulosos que cometen delitos contra la naturaleza.

No se puede ocultar que Colombia es uno de los países en los que más avanza la deforestación sin que las instituciones logren impedirle, con el lamentable hecho para el mundo de que es al mismo tiempo, uno de los países premiados por una naturaleza exuberante, miles de ríos, bosques de niebla y selvas tropicales, hogares de muchas especies de aves, insectos y abundancia en plantas.

Colombia es un país privilegiado como pocos por la naturaleza, situación que lo obliga a ser mucho más cuidadoso con el manejo ambiental, incluso es el único discurso y argumentación, diferenciador, que usan los gobernantes locales en las cumbres globales para buscar ayuda económica para no ser inferior a este reto de conservación y protección.

Al presidente Iván Duque le fue bien en la cumbre de Glasgow, no solo porque llevó la tarea bien hecha con nueve pilares definidos de trabajo concreto, con un plan a largo plazo creíble, sino porque presentó el compromiso con endeudamiento definido para enfrentar el reto ambiental. Por eso Gran Bretaña ayudará con dinero a Colombia para iniciativas de reforestación y conservación en la Amazonía, un aporte financiero que no se hubiera dado si el Primer Mandatario no hubiese sido líder silencioso en políticas públicas verdes.

Esta ayuda es la materialización de una relación binacional que comenzó durante la III Cumbre del Pacto de Leticia. El Presidente ha dicho que “Colombia se ha comprometido en alcanzar la cero deforestación para 2030, pero también su compromiso de hacer que 30% del territorio sea declarado como área protegida”.

Nunca antes en la historia reciente del país un mandatario había adquirido tanto compromiso ambiental, lo curioso de estas políticas públicas deberían venir o tener su origen en un Congreso signado por ONG ambientales y por los partidos llamados “verdes”, que no han tenido iniciativas en este sentido.

Colombia es una potencia en recursos naturales y debe adoptar una normatividad novísima de protección, e incluso, enfocar todos sus esfuerzos en este sector como estratégico para su futuro económico; mucho del futuro del turismo tiene que ver con selvas, bosques y páramos bien cuidados.

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