Editorial

“Nuestros ídolos son los maestros”

Las protestas en Brasil son un llamado de atención sobre una nueva hora de ‘pan y circo’. No solo de cifras vive un país.

Siempre se dijo que Brasil estaba llamado a hacer parte del club de los países ricos, pero que nunca llegaba a serlo. Pero desde que Lula Da Silva se puso de moda, es la sexta economía y los indicadores económicos y el avance social nadie los puede negar. Su pujanza llevó a que en forma casi paralela se hubiera quedado con la sede del Campeonato Mundial de Fútbol en 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Solo países como Estados Unidos, Alemania y México, han asumido ese reto casi simultáneo.
Las inversiones en escenarios y todo lo que tiene que ver con los dos acontecimientos, no son nada despreciables: US$26.500 millones. El primero se realizará en doce estadios de igual número de ciudades, comenzando por el remodelado emblemático estadio Maracaná. En ese orden de ideas, hasta hace unos meses quién se hubiera atrevido a advertir inconformismo social en gestación, hubiese sido calificado de loco o no se le hubiera prestado atención por desenfocado de la supuesta realidad.
Pero no ocurrió así. Las protestas se están convirtiendo en un fenómeno nacional pues llega a más de 350 ciudades y poblaciones y se realizan unas 25 al día y lo que se dice es que en cada sitio se protesta por algo diferente. Y la pregunta que surge la tratan de responder todo tipo de expertos: ¿qué esta pasando en Brasil? Y nadie tiene la explicación convincente. ¿Ha avanzado Brasil? No cabe la menor duda, como ha ocurrido en todos nuestros países, pero ese progreso material se ha quedado corto frente al promedio mundial, lo cual la gente lo percibe porque está mejor informada y formada. No de otra manera, se explica que pese a su amor por el fútbol, griten “queremos escuelas no estadios” o “nuestros ídolos son los maestros no los jugadores”.
Pero el progreso en las sociedades modernas va más allá de la solución de los problemas materiales. En estos países, los gobiernos y la clase política y dirigente está sustentada en instituciones anacrónicas y vetustas que creen que todo se reduce a esas soluciones y no a ampliar el espacio del diseño de la sociedad que busca y quiere la gente. Sin duda que está buena parte del inconformismo. Pero hay algo más. La prosperidad de un país o una sociedad genera sus propios mecanismos de exclusión, que lo expresaba Dilma Rousseff a sus ministros: “No he visto ni un negro en el estadio de Salvador de Bahía”, una ciudad en la que el 80% de la población, y quizás más, lo es. En la final de la Copa Confederaciones llegó a pagarse boletos por internet hasta de US$9.000 por persona.
Las protestas en Brasil tienen un hilo conductor de gente educada a la que el ‘pan y circo’ del pasado no los calla. El asunto de la equidad social y el mejoramiento de la educación recorre a América.