Protestas sin fin o comer de su propio cocinado
jueves, 23 de febrero de 2023
El deporte nacional bien puede ser protestar; desde maestros, indígenas, vecinos, taxistas, entre otros, el país tiene una docena de paros diarios que le hacen perder productividad
Editorial
Quienes hoy están al frente del Gobierno Nacional respaldaron las dañinas protestas que duraron casi 45 días y que afectaron la gestión de la administración anterior, antes y después de una grave pandemia, que ahora le ha venido pasando la cuenta de cobro a la economía desde 2020.
Los peligrosos conceptos de “primera línea” o de “minga” se hicieron célebres por su violencia en contra de la administración de Iván Duque y ayudaron a la formación de una indignación nacional que tuvo buenos resultados en las elecciones parlamentarias y para el Ejecutivo.
Nadie puede negar que las marchas, protestas, paros y huelgas fueron la herramienta más eficaz para lograr poner el primer gobierno de izquierda en la Casa de Nariño, todo apoyado por las redes sociales, muchas de ellas manipuladas por dineros externos, que crearon un clima de crispación para acceder al poder.
Y está bien, pues la Constitución colombiana en el Artículo 37 reza que “toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente. Solo la ley podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho”; en otras palabras, existe libertad de expresión y libertad de reunión como herramientas ciudadanas para expresar opiniones, ideas o contrariedades; lo que no se puede hacer es generar violencia y afección a los otros colombianos que deciden no protestar o están en contra de las motivaciones.
Colombia es un país que vive de protesta en protesta, de paro en paro y de taponamientos viales en taponamientos viales, las autoridades no han logrado que los grupos que articulan o reivindican peticiones lo hagan de manera pacífica sin que se afecte el diario acontecer del resto de colombianos, que dicho sea de paso son la mayoría.
Este deporte nacional se ha convertido en un auténtico peligro para los buenos resultados económicos, pues el crecimiento del PIB depende mucho de la producción oportuna de bienes y servicios, y la oferta y demanda también se ve afectada por los traumatismos que las protestas generan.
El largo paro durante el gobierno de Duque le pasó la cuenta de cobro a la inflación que aún padecemos y la cantidad de paros contra las políticas públicas reformistas de hoy, le están generando a la economía un manto de incertidumbre que está afectando el clima de los negocios y por supuesto la volatilidad del peso colombiano.
Que los maestros del Cauca vengan a Bogotá a protestar contra el Gobierno que eligieron; que los indígenas se tomen la Alcaldía de Medellín que respaldaron; que los vecinos de la Carrera Séptima en el Distrito Capital salgan a impedir el rediseño de la vía aún sobre el papel de la Alcaldía por el que votaron; que los taxistas pidan bajar la gasolina y la prohibición de las plataformas tecnológicas de movilidad, son solo las jornadas de esta semana; en la agenda de la Policía Nacional se promedian más de una docena de traumatismos del orden público que tienen que ver con comunidades en todo el país; un comportamiento social que no logra nunca nada y que en lugar de ello destruye el diálogo y el trabajo colaborativo entre gobernantes y gobernados.
Y se equivoca el Gobierno Nacional cuando trata de curar el veneno con el veneno, es decir a las marchas armarle contramarchas, pues esto solo aumentará la división de un país claramente individualista.