Editorial

¿Quién es el mayor destructor de los páramos?

<p>La corte impide que los tenedores de títulos mineros trabajen en páramos, pero nada dice sobre el daño del cultivo de la papa y el ganado</p><p>&nbsp;</p>

Completamente de acuerdo con la decisión de la Corte Constitucional cuando decide que las concesiones mineras que operan actualmente en las áreas de alta montaña andina ya no podrán seguir haciéndolo. Es una aclaración que rima con la necesidad actual de proteger las fábricas de agua que son los bosques a más de 2.400 metros sobre el nivel del mar, esa franja de la naturaleza latinoamericana que denominamos páramos.

Está decidido que las empresas concesionarias y muchos particulares que tenían licencias, antes de que se delimitaran esas zonas de protección, no pueden continuar con su trabajo de exploración y extracción de minerales como el oro. La Corte es responsable con su actuación y obra con grandeza de cara a los objetivos ambientales, pero no soluciona el problema de fondo que consiste en la indiscriminada explotación agropecuaria en las mismas zonas. Nada más dañino para el páramo que los cultivos de papa, cebolla, flores y la explotación de leche y carne. Es ampliamente conocido que la huella de carbono del ganado es muy grande y su presencia en los páramos es grave para el ambiente y destruye más que unos títulos mineros, muchos de los actuales no se han activado por décadas.

La noticia de la Corte se ve de diferentes maneras. Desde la capital de un país centralista como el nuestro es un golpe a las empresas multinacionales que pretendían extraer minerales en la alta montaña donde nacen la inmensa mayoría de los grandes ríos colombianos. Pero desde la provincia y los municipios a más de 2.400 metros sobre el nivel del mar, es un auténtico canto a la bandera, pues los verdaderos destructores de la naturaleza son los grandes cultivadores de papa que tienen alquiladas inmensas extensiones en los páramos de Boyacá, Cundinamarca, Nariño y Cauca, además de los ganaderos productores de leche y carne que hacen pastar sus rebaños en medio de frailejones.

Incluso muchos páramos dentro de resguardos indígenas son utilizados, con la venia de las autoridades étnicas locales, por cultivadores de papa, madereros y ganaderos. A una empresa multinacional que extrae oro de manera responsable sí se le puede exigir respeto por la naturaleza y hacerle pagar por los daños colaterales de su actividad. Pero a los campesinos e indígenas o colonos nadie les hace cumplir la ley de no dañar los bosques en donde nace gran parte de nuestra agua dulce. Ojalá la Corte sea coherente y extienda su pronunciamiento a otro tipo de explotaciones independientemente de si es una multinacional o una minoría. No es sino mirar la situación de devastación que sufren los páramos del Macizo Colombiano, o la otrora estrella fluvial, para que nos demos cuenta que la destrucción viene de la mano de quienes reclaman derecho al trabajo o respeto a sus formas de vida ancestrales.