Editorial

Todo lo que no se mide, no puede progresar

Desde hace casi una década un grupo rotatorio de ejecutivos califica la gestión del gobierno, pero más allá de la percepción ministerial, está el desconocimiento del grueso de la actividad

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“Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”. Es la frase más célebre del físico y matemático, William Thomson Kelvin, famoso por crear la escala termométrica que lleva su nombre (grados Kelvin), la unidad de temperatura usaba en algunos países en lugar de los grados Celsius. Pero la frase se ha hecho más popular en tiempos modernos, al ser adaptada por los profesores de las escuelas de negocios que crearon las metas megas para lograr el desarrollo empresarial a partir de alcanzar objetivos y metas; es decir, pasaron de no solo cualificar una gestión para hacerla crecer, sino poder cuantificarla; razón por la cual -lo que no se mide, no progresa- una suerte de mantra a la hora de hacer presupuestos y de proyectar crecimientos orgánicos e inorgánicos en una organización. El punto va a que las calificaciones sobre algo son más que necesarias, justificación que no le quita nada de lo odiosas que son las valoraciones subjetivas.

El pasado lunes se entregó la Encuesta Empresarial número 22, en la que se consulta a 650 altos ejecutivos sobre la gestión del Gobierno representada en los miembros del gabinete, algunos superintendentes y directores de entidades con influencia directa en el mundo económico. El cierre de año y el cumplimiento de los 500 días de gobierno sirvió de marco para medir cuantitativamente cómo va la gestión. Los resultados no fueron los mejores, pues solo dos ministros (Comercio y Salud) obtuvieron calificaciones por encima de 3, en la que 1 es muy malo y 5 excelente. Las valoraciones subjetivas dejan muchas reflexiones que generan confusión: por ejemplo, el funcionario con mejor nota fue el director de la Dian, a quien le reconocen su buena gestión en términos de recaudo de impuestos y el mismo Superintendente Financiero, destacado como un ejecutivo estricto en las normas de vigilancia. El primero cobra impuestos y persigue la evasión y el segundo mira con lupa al sistema financiero. Una situación paradójica, que arroja el alto grado de institucionalidad de los ejecutivos, uno de los mayores valores de las democracias. Algo así como califico bien al que me exige.

Es claro que muchos de los consultados no conocen de cerca la gestión de los ministros y sugieren notas bajas en la encuesta al no tener las obras realizadas en la cabeza, un problema que tiene que ver con dar a conocer lo que se está haciendo en el sector público. Y si esa percepción se pondera a todo un Gobierno Nacional que atraviesa un choque externo de marchas y protestas, siembran la idea general de que todo va mal o muy regular. De allí a la necesidad que los ministros y altos funcionarios, de la actual administración, sepan cómo, dónde y a quiénes comunican sus realizaciones, de las que se puede decir con conocimiento de causa: “no se conocen o no han logrado publicitar con eficiencia”.

No está bien que haga escuela el pegadizo eslogan de la administración Distrital saliente de “impopular, pero eficiente”, quizá le funciona al mandatario local saliente caracterizado por enfrentar a sus opositores, pero desde el Gobierno Nacional no se puede ser impopular pero eficiente. Hay que se eficiente y popular, pues el modelo económico está siendo atacado con mentiras para socavarlo. El mejor ejemplo es que la economía colombiana es la de mejor desempeño en la región, pero los detractores le han hecho creer a la gente que todo anda muy mal.

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