Editorial

Tras las líneas del discurso de Pedro Castillo

Las palabras del nuevo presidente de Perú, en su toma de poder, están cargadas de aires bolivarianos que ya se habían escuchado a Chávez y cae en los mismos resentimientos

LR

“Quiero que sepan que el orgullo y el dolor del Perú profundo corren por mis venas. Que yo también soy hijo de este país fundado sobre el sudor de mis antepasados, erguido sobre la falta de oportunidades de mis padres y que a pesar de eso yo también los vi resistir. Que mi vida se hizo en el frío de las madrugadas en el campo y que fueron también estas manos de campo las que cargaron y mecieron a mis hijos cuando eran pequeños. Que la historia de ese Perú tanto tiempo silenciado es también mi historia. Que yo fui ese niño de Chota que estudió en la escuela rural N10475 del caserío de Chugur. Que hoy estoy aquí para que esta historia no sea más la excepción. Quiero que sepan que tienen mi palabra: no los defraudaremos. Yo no los defraudaré”. Palabras del nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, con las que estallaron las multitudes presenciales y virtuales en un país de 32,5 millones de habitantes que ha visto pasar por ese cargo a seis presidentes en solo seis años.

El nuevo Presidente, en lugar de celebrar y erigirse como ícono o ejemplo de las oportunidades que le brinda la economía de mercado y la democracia, acude al resentimiento, la pobreza y el olvido de su infancia para reivindicar su triunfo. Olvidando que él es la oportunidad hecha persona, pero no deja pasar el momento para refrendar la “progrecracia” latinoamericana con la que se encuentra comprometido; dicho de otra manera, con ese catecismo chavista o socialista del siglo XXI de moda en la región.

Una suerte de “teocracia progre”, que de progresista tiene poco y que actúa con mandamientos que se repiten en Chile, Colombia o Perú, como son tratar de reescribir la historia, juzgarla con ideas políticas de derecha o de izquierda, cuando la historia es simplemente historia, que a la que no se puede juzgar con criterios presentistas, tumbado estatuas para tratar de evidenciar que las sombras siniestras fueron dominantes.

El presentismo es un error que cometen aquellos que predican que el caos nunca muera, que los pobres cada vez sean más y la sociedad se mueva por el resentimiento social. Intentar hacer una revisión de la historia es uno de los mayores errores en los que podemos caer como sociedad, que no es otra cosa que valorar con ética, leyes y juicios del presente, hechos del pasado. Es una moda que ha llevado a tumbar estatuas para hacerse selfies, sin darle la posibilidad al estudio riguroso a que cuente y explique cómo llegamos a la actualidad.

A Sebastián de Belalcázar, Cristóbal Colón o a los Reyes Católicos, poco les importará lo que digan de ellos, y si celebramos ese vandalismo extendido por toda América Latina, terminaremos juzgando también a los neandertales o al hombre de cro-magnon. Oír hablar a un presidente de un país con resentimiento de la conquista de hace más de 500 años, es verdaderamente ridículo, cuando debería estar preocupado por erradicar la pobreza, darle estabilidad política a sus gentes, multiplicar las oportunidades que a él le dieron.

Pedro Castillo -por ahora- es una versión peruana de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Cristina Kirchner, Daniel Ortega y Evo Morales, todos han manejado el mismo discurso mal llamado progresista que en Colombia tiene millones de adeptos que se preparan para dar un salto no solo a la Casa de Nariño, sino al Congreso de la República.

TEMAS


Pedro Castillo - Perú - Gobiernos de izquierda