Editorial

Un país sin grandes obras de infraestructura

Las grandes obras inspiran a un país y le dan competitividad; pese a saberlo con propiedad, Colombia carece de una agenda real de nuevas autopistas, puertos, aeropuertos o túneles

Editorial

Hace pocos días se inauguró en Chile el tren más veloz de América Latina, se trata de un proyecto liderado por la Empresa Ferrocarriles del Estado de ese país, que busca tener seis trenes de alta velocidad fabricados en China y que alcanzan unos 160 kilómetros por hora.
No en vano, Chile, Uruguay, Costa Rica y Panamá, son los países de la región que pueden dar el salto en el próximo medio siglo al listado de desarrollados con un ingreso per cápita similar al de Estados Unidos o Europa.
Un logro que solo se alcanza si los países piensan en grande, invierten en crecer su PIB, su competitividad para derramar la riqueza en ingreso per cápita, solución a las necesidades básicas y reducción de toda precariedad. Para lograrlo tienen una agenda de grandes obras de infraestructura que no son caprichos de sus gobernantes, sino objetivos para salir del subdesarrollo.
Los trenes han sido un camino sin equívoco para lograr el desarrollo de las naciones, que surgen como una solución eficiente para el problema de atascamiento que se derivaba de los viejos surcos sobre la tierra que hacían las carretas cargadas, y que para facilitar su desplazamiento les pusieron maderos cada metro para que no se hundieran ni perdieran velocidad; a la postre, las carretas que transitaban sobre maderos tiradas por caballos les llegaron los motores a vapor, carbón, combustibles fósiles, energía, etc., y eso es otra historia, pero el desarrollo de las economías y de las sociedades siempre está vinculado a la velocidad del transporte de personas y mercancías.
Son historias rupestres que en Colombia aún no se ponen en práctica, mientras economías similares de la región y más pequeñas (Chile, Uruguay, Costa Rica y Panamá) lo tienen claro: progresar es hacer obras de infraestructura que permitan a sus productos llegar a mejor precio a mercados internacionales.
El actual Gobierno Nacional cada que puede habla de un nuevo interesante proyecto de infraestructura: el tren de Buenaventura a Barranquilla o la doble calzada entre Popayán e Ipiales, pero todo se queda en palabrería; ninguna entidad pública les hace los números a esas ideas, ni mucho menos saben ejecutar una gran obra.
Ya nadie habla de autopistas, dobles calzadas y menos aún de las vías terciarias; suenan a añoranza pasada las 3G o 4G, menos nuevos puertos o aeropuertos; en pocas palabras, el país está parado en lo que despectivamente se le ha llamado “hierro y cemento”. Las obras por impuestos no se impulsan, de las nuevas concesiones no se habla y poco a poco al Gobierno Nacional se le va pasando su tiempo de hacer cosas que catapulten al país a otro nivel de desarrollo.
La Colombia de 2024 es un país sin grandes obras de infraestructura, sin capacidad para soñar cómo optimizar el punto estratégico que ocupa en el Planeta, todo por la ideologización de cada propuesta que beneficia al comercio local o internacional. En Bogotá y Medellín, ya se tiene o se habla de varias líneas de metro; en Cali de un tren regional que conecte al Valle con el Cauca y el Eje Cafetero, proyectos que ya tienen ideario y dolientes, pero es una realidad que nadie en este momento tiene un portafolio o inventario de las grandes obras que se deben hacer para llevar al país a otra etapa de bienestar, desarrollo y competitividad; hacen falta esos visionarios que sueñan en grande con un país bien conectado.

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