Editorial

Una reforma agraria no solo es regalar tierra

Se le abona a la ministra de Agricultura que haya abordado el tema de la tierra como una de sus prioridades; pero en un mundo de alimentos caros es mejor enfocarse en producir

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Diario La República · Una reforma agraria no solo es regalar tierra

A finales del siglo XIX el grito de guerra de la revolución zapatista de México era “la tierra es para quien la trabaja”; Emiliano Zapata, el líder campesino del movimiento sedujo multitudes con la idea de una reforma agraria en una época en la que en ese país no existían industrias, la gente vivía en el campo, obviamente sin tecnologías, los cultivos de pancoger, las plantaciones feudalistas, las haciendas y la economía rural de subsistencia, como productos agrícolas solo para el consumo propio y no para comerciarlos, conformaban la economía.

En el caso colombiano actual, la ministra de Agricultura, Cecilia López, se le ha metido de frente al tema de la tierra, un problema sin clarificar ni resolver desde hace siglos y que se ha convertido en un auténtico anacronismo, justo cuando se habla de la cuarta revolución industrial, la economía de servicios y la ampliación de las exportaciones con valor agregado.

El tema mexicano viene como anillo al dedo porque la tierra es un factor de producción con vocaciones específicas de acuerdo a su localización y que estamos en pleno siglo XXI en los que la mano de obra básica escasea, las financiaciones son costosas y el acceso a fertilizantes, maquinarias de punta y acceso a mercado es una quimera; y el eslogan: “la tierra es para quien la trabaja” se reescribe con base en esas nuevas condiciones que deberían afectar las políticas públicas, que no solo se deben quedar en grandes anuncios de que comenzó la reforma agraria en una primera etapa, sino cómo hacerla más productiva. Es de perogrullo que la reforma en ciernes respete la propiedad privada, haciendo alusión a los problemas de invasión de terrenos particulares, sino que responda a las verdaderas necesidades de qué hacer con la tierra que es productiva, que la compra el Estado y la entrega a manos muertas por incapacidad o voluntad de producción.

La escandalosa inflación que golpea al mundo, Colombia no es la excepción, está presionada por los combustibles, los servicios públicos y los alimentos. Hay una gran oportunidad de producir más cantidad y a mejores precios carne, leche, huevos, cereales, frutas y verduras, de pescar en abundancia, si la reforma agraria piensa primero en qué hacer con la tierra y cómo ser competitivos en lugar de desarrollar o desatrasar una política basada en la pobreza, en la desigualdad o con enfoque étnico. Claro, la tierra es para quien la trabaja, produzca y sea competitivo, no para quien solo quiera un terreno para vivir en él recibiendo subsidios del Estado, y no de lo que su terreno produzca.

Así como hay mitos y realidades en el problema de las tierras en Colombia, también hay muchas quimeras en las que caen las personas que ven en este asunto la transversalidad de los líos de orden público. Está bien que se empiece con una reforma agraria que consista en comprar y repartir tierra a quienes se comprometan en trabajarla y hacerla producir para el resto de los colombianos; por eso, la Ministra debe desarrollar una segunda etapa que conlleve a reformar su cartera, enfocarla más a la producción agropecuaria, a reforzar las verdaderas vocaciones del territorio. El Ministerio de Agricultura tiene 18 entidades bajo su control y solo un puñado se enfoca en producir con tecnología y ciencia, el resto son solo burocracia y repartición de subsidios. La verdadera reforma agraria debe ser integral y con compromisos.

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