¿Y si el premio Nobel de Economía fuera?
viernes, 11 de octubre de 2024
Al amanecer del próximo lunes se sabrá el nuevo nobel de economía, uno de los premios más influyentes en las ciencias sociales, pero en medio de una realidad llena de frustraciones
Editorial
Estados Unidos, con sus universidades, lidera el ranking global de los ganadores del Nobel de Economía, una distinción no creada por el fundador, Alfred Nobel, sino que entrega desde 1969 el emisor sueco bajo el rótulo de Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia, a los científicos sociales e intelectuales que hayan aportado nuevas teorías o desarrollos disruptivos en el campo de las finanzas y la economía.
El ganador recibe poco más de un millón de dólares, una medalla de oro y un diploma, pero lo más importante es que el escogido, en adelante, se ganará la vida recorriendo el mundo dando conferencias como “premio Nobel de Economía”, una actividad que puede duplicar el mismo premio en un par de años.
La venta de libros tampoco es menor, se convierte en una auténtica celebridad mediática. El punto va a que existe desde hace medio siglo una suerte de sesgo en torno a esta distinción, no solo hacia el país ganador, sino hacia las universidades que siempre salen triunfales.
Los estadounidenses lideran el listado de ganadores con 52 premios, seguidos por los británicos con 8 y los canadienses con 5; hay otras nacionalidades que se han destacado como Israel, no obstante casi todas las distinciones se las llevan economistas, administradores y financieros que trabajan académicamente en las universidades de Harvard (10), Instituto Tecnológico de Massachusetts (10), Princeton (5), Carnegie Mellon (4), Yale (3), Stanford (3) y Minnesota (3), entre otras.
En 2022, el ganador fue Ben Bernanke, flamante exsecretario de la Reserva Federal, quien dijo: “si quieres entender la geología, estudia los terremotos. Si quieres entender la economía, estudia las crisis”. El economista egresado de la Universidad de Harvard y con un doctorado del Instituto Tecnológico de Massachusetts, puso el dedo en la llaga del sesgo en materia de distinciones, pues fue premiado por su papel en distintas crisis económicas; es decir, pocas veces se ha distinguido una práctica real.
Las dos últimas décadas la línea de premiación la ha marcado la teoría de juegos en muchas variaciones. Ahora que se avecina el último lustro de la tercera década del siglo XXI, las cosas en la economía han cambiado radicalmente: la irrupción de las nuevas tecnologías es enorme, los algoritmos como espíritu empresarial marcan la tendencia, la inteligencia artificial está en su primera generación, las criptomonedas avanzan, y todo lo que implica el internet de las cosas modifica la formación de los mercados, realidades que obligan a que la función de la economía sea vista de distintas maneras, mucho más allá de la macroeconomía.
Por supuesto, América Latina es absolutamente huérfana en premios Nobel que no sean de Literatura o de Paz, pero es una de las regiones más necesitadas de interpretar desde la academia por qué no se ha derrotado la pobreza a pesar de las riquezas naturales o por qué ningún país ha logrado dar un salto al desarrollo como sí han podido los de la cuenca del Pacífico.
Otro Nobel, como es Joseph Stiglitz, ha tocado el tema desde un punto de vista bien disruptivo, como dejar la dependencia del Producto Interno Bruto como termómetro rey de la ciencia social, pero se quedan solo en enunciados políticos más que en la construcción de modelos eficientes. Si se pudiera dar un premio Nobel de Economía en Colombia, ¿usted a quién se lo entregaría?