Cómo cambiar el mundo comiendo
jueves, 3 de octubre de 2019
Es urgente favorecer las cadenas productor-consumidor para que la economía de estas comunidades sea sostenible
Pamela Villagra
Bajo al sur de Colombia, Putumayo, para encontrarme con un grupo de campesinos e indígenas productores de sacha inchi. La región está depositando sus esperanzas en esta seductora nuez en forma de estrella, como el cultivo que devuelva la prosperidad a sus tierras y la dignidad a sus habitantes.
Carlos Garzón, de la Corporación Territorio Vida y Paz, una entidad que lleva años contribuyendo al desarrollo y a la sostenibilidad económica y social en el territorio, me cuenta que son 1.507 familias las que han optado por la sustitución de cultivos a través de la siembra del sacha Inchi.
En toda la región, esta endémica nuez amazónica tiene caras, nombres y apellidos. Pueden ser los de Dorita Delgado, Luis Alberto Parra, Rubi Navia, Pedro Cubillos, Yuli Rodríguez...y así hasta cientos, todos convencidos de su extraordinaria calidad y de su potencial económico.
No solo es considerado un super alimento por su alto contenido de omegas 3, 6 y 9 (superior al pescado), sino que goza de gran fama gastronómica por su sabor a fruto seco, con sutiles notas ahumadas, dulces y terrosas.
Transformado en aceite, el sacha inchi es suave, elegante y un reemplazo eficiente y atractivo a la coca, pues por la producción de una hectárea un campesino puede recibir entre $15 y $18 millones anuales, frente a los $22 millones de la coca.
El Putumayo lidera la producción colombiana con más hectáreas de sacha inchi plantadas, una etiqueta que prometía prosperidad y futuro pero que sin mercados en los que vender, genera frustración y ruina.
Lastimosamente la fama que empieza a tener en mercados extranjeros la almendra peruana o brasileña, no ha llegado al sacha inchi colombiano, por lo que los esfuerzos de tantos campesinos e indígenas muchas veces se queda sin comercializar.
Se invierten valiosos recursos públicos y privados en computadores para escuelas rurales, aunque no tengan luz; en plazas de mercado de las que usufructúan los intermediarios y no los campesinos, o en glifosato para quemar plantaciones, pero no se destina un peso en estrategias de promoción y comercialización de los alimentos que realmente pueden acabar con la coca.
Es urgente favorecer las cadenas productor-consumidor para que la economía de estas comunidades sea sostenible y un reemplazo eficiente y duradero de cultivos ilícitos. En ese propósito, los restaurantes y hoteles son parte fundamental del proceso. Desde ellos, se visibilizan y se ponen en valor estos productos, activando su demanda.
Los cultivos de paz son una hermosa y sabrosa iniciativa que mejora las condiciones de vida del campesinado y promueve una economía alternativa y solidaria. La responsabilidad social con estas comunidades es de todos, por eso, la tarea es apostar por el consumo local y probar el aceite de sacha inchi que distribuye la Corporación Territorio, Vida y Paz.
¡Entre todos, podemos cambiar el mundo comiendo!