Una economía con altos costos ambientales
jueves, 23 de agosto de 2018
¿Existen verdaderas prioridades humanas?
María Carolina Romero Pereira
El mundo realiza grandes esfuerzos para lograr el desarrollo sostenible con la visión de un nivel de vida digno para todos al menor costo ambiental posible. Según estimaciones del Banco Mundial, entre 1981 y 2013 la humanidad redujo la población en situación de pobreza de 67% a 49% y la población en pobreza extrema de 42% a 11%. Sin embargo, en términos absolutos, la población en pobreza pasó de 3.000 a más de 3.500 millones, teniendo en cuenta que la población mundial se multiplicó por 1,7 entre 1981 y 2013.
Tal cifra nos aleja del propósito de lograr bienestar para todos a través del desarrollo económico, teniendo en cuenta que el PIB anual en este mismo período se multiplicó por siete. Preocupa aún más el balance de distribución de la riqueza del instituto de investigación Credit Suisse en su reporte de Riqueza Global 2017: casi la mitad de la riqueza global está en manos de 0,7% de la población, mientras que 3% de la riqueza se reparte entre 71%.
Es así como estamos inmersos en una economía con altos costos ambientales que todos pagamos, respaldada en la necesidad del desarrollo para garantizar el bienestar poblacional, pero que en realidad beneficia a pocos.
Al igual que en las finanzas personales, las cifras globales de inversión pueden dar buenos indicios de las verdaderas prioridades de la humanidad. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo estima que en 2017 el mundo destinó cerca de US$1,7 billones en militancia e industria de armamento. Y aunque esto representa tan sólo 2% del PIB global, es cuatro veces el valor de la inversión global en estrategias para mitigar el cambio climático y 15 veces el valor invertido en el mismo año en infraestructura para agua y saneamiento. Mientras tanto, el Banco Mundial estima que se necesita triplicar la inversión para alcanzar los ODS relacionados con agua y saneamiento a nivel mundial.
En contraste, entre 1981 y 2016 la guerra ha cobrado 2,9 millones de muertes, el equivalente a unos 27 atentados terroristas como los del 11 de septiembre, por año. A su vez, anualmente mueren 13 millones de personas por la insalubridad del medio ambiente, de los cuales siete millones se atribuyen a la calidad del aire y 1 millón a la falta de agua potable y saneamiento, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud.
Resultan entonces contradictorias las inversiones y los resultados de un mundo que, por un lado, invierte torrenciales sumas en un asunto que por naturaleza cobra decenas de miles de vidas; y por el otro, reúne esfuerzos para salvar vidas a cuentagotas, buscando erradicar la pobreza extrema, el hambre y reducir los índices de morbilidad y mortalidad relacionados con factores medioambientales.
En una era en la que los gobiernos están plenamente comprometidos con el desarrollo sostenible y en donde la población es cada vez más consciente de su derecho y deber de lograr el bienestar para todos, resulta necesario preguntarnos cuáles son las verdaderas prioridades la humanidad y si es posible comenzar con una transformación masiva de valores en donde la economía del consumismo y la sed de poder de grupos y naciones pasen a un segundo plano para priorizar lo primero y lo más importante: la vida.